lunes, 3 de mayo de 2010

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¡Los celos! "Otelo no es celoso, es confiado", observó Pushkin, [...]. A Otelo sencillamente se le parte el alma y se le confunde la inteligencia porque su ideal ha muerto. Mas Otelo no se esconderá para vigilar, no espiará ni se pondrá al acecho. Al contrario, hizo falta sugerírselo, empujar, exasperarle con copiosos esfuerzos para lograr que sospechase la traición. El celoso verdadero no es así. No es posible siquiera imaginarse la abyección y la caída moral con que puede transigir un celoso sin experimentar ningún remordimiento de conciencia. No se trata de que los celosos sean todos almas viles y sórdidas. Al contrario, con un corazón noble y con un amor puro y abnegado, cabe al mismo tiempo esconderse debajo de una mesa, sobornar a las personas más infames y no experimentar reparo alguno para sumirse en la peor inmundicia del espionaje y de la escucha. Otelo por nada del mundo habría podido resignarse con la traición -no es que no hubiera podido perdonar, sino resignarse- a pesar de tener el alma dulce e inocente como la de una criatura. No ocurre lo mismo con un auténtico celoso: ¡es difícil imaginarse lo que puede admitir, con qué puede resignarse y lo dispuestos a perdonar, y eso lo saben todas las mujeres. El celoso, con una rapidez extraordinaria (claro está, después de una terrible escena al principio), puede y es capaz de perdonar, por ejemplo, una traición ya casi demostrada, abrazos y besos vistos por él mismo, si, por ejemplo, puede decirse al mismo tiempo, como sea, que se trata "de la última vez" y que su rival desde ese momento desaparece, se va al otro extremo del mundo, o que él mismo va a irse con la mujer a alguna parte donde no se presentará jamás el terrible contrincante. Desde luego, la reconciliación no durará más de una hora, porque aun cuando en realidad desaparezca el rival, al día siguiente el celoso inventará otro y arderá en celos por el nuevo contrincante. Y parece natural preguntarse: ¿qué puede haber en un amor ante el que siepmre es preciso estar alerta y qué puede valer un amor que necesita una vigilancia tan rigurosa? Mas eso es, precisamente, lo que nunca comprenderá un auténtico celoso, lo cual no es obstáculo para que entre los celosos se encuentren a veces personas en verdad de noble corazón. Es digno de notar, además, que esas personas de corazón noble, mientras se hallan en algún cuartucho escuchando y espiando, aunque comprenden claramente "con sus nobles corazones" toda la ignominia de que se cubren por propia voluntad, jamás sienten remordimientos de conciencia en aquel momento, por lo menos mientras están en su escondite.










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Un jarro de agua fría:

"Los Hermanos Karamázov"
Fiódor M. Dostoievski